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Jaime Cortés

Taller: Cuna de Tierra
Oficio: Alfarería y cerámica
Ruta: Ruta Cundinamarca
Ubicación: Guatavita, Cundinamarca


A Jaime uno de sus maestros le dijo alguna vez que cuando el barro se cogía por primera vez, nunca te volvía a soltar. Y fue, exactamente, lo que le sucedió. Además, porque nació en una tierra colmada de arcilla, en el municipio de Guatavita. Era su paisaje cotidiano desde niño, barros de colores que se le cruzaban de camino a la escuela, por la vereda El Hatillo, y con los que jugaba intuitivamente haciendo bloquecitos que luego le servirían para incrustrar una vela e iluminar su casa sin luz. Sin embargo, solo fue cuando creció un poco que descubrió que esa materia que le atraía tanto era una tradición indígena prehispánica que llevaba el nombre de alfarería y que pueblos vecinos como Guatavita, Tocancipá y Zipaquirá lo dominaron por siglos.

Es por esto que para descubrir este pasado artesanal es necesario recorrer un poco el territorio. Guatavita la Nueva fue inaugurada en 1967, cuando fue inundado el pueblo viejo para darle paso al Embalse de Tominé, un repositorio de agua con 630 millones de metros cúbicos de agua, que abarcaría los municipios vecinos de Guatavita, Guasca y Sesquilé. Fue, justamente, la construcción de este nuevo pueblo en donde se puso la lupa en la recuperación de los saberes de los ancestros muiscas, entre los cuales el oficio del barro. Doña Bertha Llorente de Ponce de León, esposa de Jaime Ponce de León, el arquitecto que hizo Guatavita la Nueva, impulsó la creación de talleres artesanales, a donde terminaría llegando Jaime Cortés, muy jovencito. Y lo hizo porque una profesora detectó lo bien que dibujaba y le promovió el talento. Y fue en esos talleres, dado el interés de Artesanías de Colombia por hacer de Guatavita un pueblo artesano, en donde tuvo la oportunidad de recibir instrucción de misiones de maestros chinos y de trabajar con personas formadas en Japón y que le enseñaron de tenmoku. un esmaltado rico en hierro y con ceniza de hueso.

Él recuerda que la vena artística en su casa estuvo encarnada en su tía Margarita Garzón, poeta que firmaba como Margarita deshojada y en retoño, y que cuando lo llevaban a misa, en lugar de escuchar el sermón se quedaba absorto mirando los cuadros coloniales. De hecho, el arte del Renacimiento y del Barroco es su gran fascinación. Sin embargo, aunque le encanta viajar por referentes y pasados y tradiciones y culturas disímiles, entre las cuales la oriental y la mexicana, tiene claro que la belleza la tiene frente a los ojos. Son las montañas terracotas que lo llevan a plasmar las texturas en sus piezas. Es en el barro de su región con el que descubrió su vocación y con el que ha explorado tanto la cerámica cundinamarquesa tradicional, llevándola a un desarrollo contemporáneo magnífico, como también ha desarrollado la línea de la emblemática cerámica talavera de México, de la mano de su socio y compañero Noé Cabrera, heredero de la cuna de ceramistas que es la tierra de Dolores Hidalgo, estado de Guanajuato, México. Así que aprovecharon la experiencia de decorar de Noé con su dominio técnico, lo juntaron y crearon un nuevo mercado.

Jaime es locuaz y nos va llevando el relato de su oficio cadenciosamente, como si estuviera torneándolo en espiral con distintas capas de barros de colores, y salpicándonos con datos sobre la región en la que habita, su historia, química y geología. Y así, nos cuenta de los privilegios de que su tierra cuente con tanto hierro, un óxido fundente que le permite al barro vitrificar muy bien. Así mismo, habla de los colores que logra sacar por cuenta de las arcillas que lo rodean, por ejemplo, el blanco, el azul que saca con óxido de cobalto, el terracota con óxido de hierro y el marrón con dióxido de manganeso. Es tremendo pedagogo, y le interesa que el conocimiento se comparta y circule, al punto de que, recuerda que alguna vez dictando un taller en México alguno de los alumnos le preguntó por un esmalte y él no vio problema en sacar su cuaderno de notas y compartir la fórmula. Uno de los maestros mexicanos le confesó que lo que hacía era inusual y que ellos no le confiaban esa información ni a sus hijos…

Y así, entre hornos y tornos, vive su día a día, inventándose piezas que le han dado un lugar entre los mejores alfareros del departamento, experimentando técnicas y terminados con esmaltes mates, satinados, brillantes, con engobes, pátinas, esgrafiados y texturas, un infinito que le gusta que así lo sea, para seguir descubriendo los mil y un caminos de la cerámica, ese un pedazo de barro pasado por fuego y un lenguaje, el de las manos, que es universal y con el cual se siente pleno.

Artesanos de la ruta

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