Taller: Waujen
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bogotá
Ubicación: Bogotá, Bogotá
Su papá se llamó Sercelino, así que a él lo bautizaron Sercelinito. Y como si se hubiera apropiado de su diminutivo, es cariñoso y habla acompasada y dulcemente. Hoy, en la mitad de sus setentas, mira hacia atrás y se siente orgulloso de lo hecho y esperanzado por tener todavía mucho por hacer. Vive en Bogotá, en las montañas del barrio Vista Hermosa, en Ciudad Bolívar, y es de los primeros indígenas wounaan que llegaron a la capital, el 28 de abril de 2003 recuerda con exactitud, como todos aquellos que deben buscar un nuevo hogar huyendo de la violencia en su territorio ancestral, en este caso, de la comunidad de San Antonio de Togoromá, de la cual fue su fundador, en el litoral del río San Juan, en el Chocó.
Sercelinito, sin embargo, había pisado Bogotá muchísimo antes. Recuerda claramente que era 1976, y apenas un treintañero. Había venido a la capital porque las monjas misioneras capuchinas le habían dicho que lo que hacían en chocolatillo dentro de su comunidad podía ser un producto comercial que les ayudaría a mejorar sus ingresos. Y, así, como si viniera con una misión de salvaguarda de las tradiciones de su pueblo, terminó conversando con diseñadores de Artesanías de Colombia. Entre ambos se pusieron a la tarea de desarrollar productos que tuvieran un componente decorativo y que exhibieran la belleza de la fibra de werregue, salida de esa palma que se parece tanto a la del chontaduro y que pulula en su territorio étnico. Ésta, se usaba desde siempre para hacer objetos utilitarios, entre los cuales canastos y ollas, así como platos y cuencos. Sin embargo, la maestría de la técnica cestera del pueblo wounaan es que, además de su infinita belleza, sus canastos permiten cargar líquidos sin que se rieguen. Lo logran porque aprietan de una manera muy sólida la fibra.
El artesano regresó a su territorio lleno de entusiasmo al ver que lo que hacían las mujeres de su comunidad era precioso y podría llegar a ser muy valorado en toda la geografía del país. Su emoción contagió a toda su comunidad y allí se empezó a consolidar la cestería wounaan como una de las artesanías más emblemáticas del pacífico colombiano. Paradójicamente, su lugar como embajador de la artesanía de su pueblo, fue el que lo expulsó de su territorio. Las envidias por ver que llegaba con plata al resguardo, que no era por nada distinto a la venta de las artesanías que hacían dentro de la comunidad y que para sería para su bienestar, terminó obligándolo a irse, a él, y luego a su mujer Carmen Julia, junto a sus diez hijos.
Pese a ello, carga el territorio consigo y se ha dedicado a perpetuarlo. Para hacerlo, fundó una comunidad wounaan en Bogotá y habla de los cuatro colores de la cestería: el negro, el naranja, el amarillo y el verde, todos colores salidos de la paleta de su paisaje de nacimiento. Con la planta de achiote, el bejuco de puchama y la palma cristo tinturan las fibras de la palma. La combinación de esos colores los representa y, con éstos han logrado plasmar los símbolos de su identidad. Además, están incursionando en la bisutería con la semilla del werregue, con la que están haciendo aretes y anillos. Además de hacer juegos como el trompo.
Pero ¿qué pasa cuando a un pueblo se le desarraiga? ¿Cómo conserva sus tradiciones si sus circunstancias han cambiado? Esta es la pregunta que transitan todos los pueblos indígenas del país que por décadas han tenido que desplazarse de sus territorios originales a consecuencia de la guerra. La misma que se hacen las comunidades afrocolombianas. En estos movimientos han tenido que reformular sus prácticas y adaptarse a los paisajes que los han acogido. Sercelinito cuenta que, aunque la fibra con la que trabajan en las montañas de Ciudad Bolívar se la envían desde Buenaventura, se las han ingeniado para tinturarla con las plantas que los rodean en los alrededores de su nuevo hogar. Con ello persisten en la maestría de sus oficios.
Hoy, este líder ha conseguido, gracias a sus innumerables gestiones por reivindicar a su comunidad y encontrar justicia y reparación, un terreno sobre el cual construir una enorme maloca en la cual consigan traer un pedacito de su tierra original. Lo más lindo de esto es que la diseñaron los niños wounaan que, aunque nacidos en Bogotá, invocan su territorio desde el relato de sus mayores. Allí celebran sus rituales y se ofrece el escenario para la conversación y conservación de sus costumbres. Sercelinito sabe que este pequeño enclave en medio de las montañas bogotanas es la poderosa extensión de su río en medio de esta ciudad de ladrillos que es Bogotá.
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