Taller: Embejucarte, el bejuco hecho arte
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Santander
Ubicación: Zapatoca, Santander
Todo comenzó con unas frutas y panes tallados en pauche que no tenían dónde reposar, y con una abuela de Zapatoca a quien se le ocurrió tejer un canasto en bejuco para tener dónde llevar sus miniaturas talladas. Se valió del conocimiento de su esposo, quien había aprendido a tejer en bejuco hacía años. Entonces Ana Isabel Plata se especializó en la cestería y le heredó su oficio, nacido de la recursividad, a su hijo Gustavo una vez regresó a casa después de perder una pierna prestando el servicio militar. Gustavo, a su vez, se lo heredaría a la menor de sus nueve hijos, Alix Plata.
A los doce Alix ya hacía sus propios canastos. Había dejado la escuela para ayudarle a su padre con la preparación del material con el que hacía los cafeteros, mercaderos y de ropa que vendía en la plaza de Barranca, donde se movía su comercialización mucho antes de la llegada de las bolsas plásticas. Aunque don Gustavo no tuviera el carácter para enseñarle a tejer, la perspicaz Alix escondía una porción del bejuco que recogían en el monte para ensayar por sí misma, a escondidas, todo lo que le veía hacer al padre. Afortunadamente, se atrevió a aprender sin permiso ni instrucción, porque cuando su padre enfermó y no pudo seguir tejiendo, ella ya tenía la experiencia necesaria para relevarlo.
Similar a lo que sucedió con los costales sintéticos para el café, que reemplazaron los de fique tejidos en Santander, los canastos de bejuco también sufrieron cuando la gente dejó de usarlos para mercar y los cambió por bolsas, más baratas y livianas. Recursiva como su abuela, exigente como su padre, y dulce y fuerte como ella misma, Alix se hizo cargo de su oficio cuando las ventas bajaron y, luego, cuando su padre falleció. Siguió sacándole el bejuco a las mismas matas que su familia usaba desde hacía más de sesenta años, en las fincas aledañas donde los conocían de toda la vida. Y siguió creando, haciendo los canastos, abanicos y materos que le sirvieron de escuela para crear sus célebres lámparas mechudas y lámparas nido, bellezas que penden del techo y elevan su material.
Fue un camino largo, de navegar y navegar por más de veinte años hasta que, ya teniendo su propia familia, logró posicionar Embejucarte, la marca sonora y jocosa con la que da a conocer su trabajo. Cuando las cosas se ponían difíciles, Alix no dudó en vender ensaladas de fruta ni atender su propio carro de conos de helado frente a los colegios mientras, poco a poco, se iba cocinando su luminoso futuro, uno en el que trabaja acompañada de sus hijos y teje los prototipos que su nieto de doce años, un amante innato del bejuco, se inventa. Su historia es una de perseverancia y concentración, que hace afortunado a todo el que la conozca.
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