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Ana Virginia Ruiz

Taller: kokozuat
Oficio: Trabajo en materiales naturales
Ruta: Ruta Santander
Ubicación: Páramo, Santander


Un día, mientras Ana Virginia le ponía las anilinas a los helados que se había puesto a hacer y vender desde que había decidido darle un vuelco a su vida, sucedió el pequeño accidente que la encaminaría a su actual oficio. Las anilinas tinturaron las hojas de maíz que había en la caneca de su cocina, presentándole a Ana Virginia el material que estaba buscando para convertirse en artesana. Había vuelto a su pueblo natal, Páramo, buscando cambiar su estilo de vida y recuperar su salud, afectada por la carga laboral, después de trabajar por diez años como supervisora en una fábrica de bolsos de cuero. Venía con la idea de tener su propia casa en donde pudiera dedicarse a algo que la devolviera al cariño que siempre había sentido por el trabajo manual, y entre ensayo y error, se le presentó el amero de maíz. Todo lo hizo, claro, con la valentía que le vino en la sangre santandereana, sin temerle nunca al trabajo duro.

Descubrió la versatilidad de ese material que se consigue después de dejar secar el maíz, y que se puede guardar por el tiempo necesario siempre y cuando esté seco. Se dio cuenta de que las hojas son traslúcidas, y de que se podían usar para hacer lámparas. Fue así como se hizo un lugar entre los artesanos de materiales más convencionales, pues hasta hace un tiempo el trabajo en amero de maíz no era muy bien recibido en el nicho artesanal. Encontró el pegante ideal para ensamblar las hojas, entrelazadas una encima de otra, y les puso un bombillo led confiada en que no provocaría un incendio. Entonces sacó adelante su idea, aún sin saber si lo que hacía entraba en la categoría de tejido, amarre, armado o enrollado.

Poco a poco, asistiendo a ferias para pulirse a partir de ver el trabajo de los más experimentados, y haciéndose de un equipo de madres de familia de Páramo que ella misma se encargó de entrenar en el oficio, se ganó el respeto y el reconocimiento que anhelaba en su municipio. Aprendió a afinar el proceso de preparación de las hojas, que se cocinan, lavan, tinturan y secan en su taller, y se puso en contacto con los cultivadores de maíz que aún lo deshojan a mano, no con máquinas, para asegurarse su material. Había vuelto con la ilusión de darle a su pueblo una artesanía propia, y hoy, 25 años después, tiene la satisfacción de ser la artesana local, la que ha instruido a más de cien mujeres en la técnica.

Desde que empezó, las flores han hecho parte de su repertorio, unas bellezas de pétalos cortados uno por uno, a las que solo les falta el aroma. Además, hace nacimientos, muñecas, sagradas familias de todos los tamaños, y cómo no, a la patrona de Páramo, la Vírgen de la salud que cuidó de ella en su regreso y le devolvió el bienestar mientras trabajaba para encontrar ese oficio que desde hacía tiempo la venía llamando.

Artesanos de la ruta

Artesanos de la ruta

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