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Adriana de Jesús Arango y María del Cármen Guapo

Taller: Tibameros
Oficio: Trabajo en materiales naturales
Ruta: Ruta Cundinamarca
Ubicación: Sopó, Cundinamarca


Esta es la pequeña historia de una pereirana que, por cuestiones de la vida, terminó asentada en el pueblo cundinamarqués de Sopó y, de la mano de otra artesana de la región, lograron encontrar en el amero de maíz, una materia prima con la cual elaborar los personajes más emblemáticos de esta tierra fría.

Todo empezó con Adriana. Curiosa como pocos, veía en Pereira a su mamá coserles las sotanas a los sacerdotes claretianos. Sin embargo, lo que más le gustaba a sus nueve años era que en esa misma orden religiosa hacían lindísimos pesebres, labor en la que rápidamente se involucró ayudando a su mamá a armar los muñecos y hacerles vestiditos a María, José y los reyes magos. Así aprendió a coser y de la confección derivó su sustento por años. Así que cuando, ya casada, trasladaron a su esposo a Sopó, que trabajaba en una reputada empresa de papeles, tuvo que volver a empezar. Recuerda que la gente de esta nueva tierra era fría como el clima, que no había campo para un taller de confección y eso la hizo sentir lejos de casa. Pero no se aminaló y empezó a buscar qué hacer con las manos. Fue en ese entonces cuando se inscribió en cuanto taller había de cerámica, marroquinería y pinturas de manteles y sábanas.

Allí conoció a María del Carmen, con quien se entendieron desde el primer día y a quien vio con dulzura y como su más cercano vínculo con este nuevo territorio que era ahora su hogar. Además, le trajo a la memoria aquello que la conectaba con la niñez feliz: los pesebres. Carmen los hacía en miniatura, con semillas, la del melón era el niño Dios, las ovejitas salían del algodón y San José y María, eran pepitas de ciruela. Una ternura empacada en estuche pequeño, como toda ella.

Así que cuando se abrió un curso de trabajo en amero de maíz, ambas se inscribieron con entusiasmo. Era algo muy inusual en el terreno de la artesanía y que, para Adriana, fue como volver a tomar las telas que tanto echaba de menos. Pero, por supuesto, el amero de maíz no era una tela, sino una materia prima natural que requiere de mucho trabajo para su preparación, pues, muchas veces viene perforado por los bichos y debe inmunizarse y secarse con paciencia para poderlo trabajar. Quizá por eso de las 20 inscritas al curso, al final solo terminaron ellas dos.

Ya van para 15 años trabajando con originalidad con esta fibra, haciendo los personajes tradicionales de la región, campesinos y campesinas, vestidos de ruana, sombrero y faldones, así como bailarines de los ritmos típicos de esta zona del país, como el pasillo, el bambuco y la guabina. Y claro, los infaltables pesebres. Así mismo, Adriana, volviendo a esa memoria religiosa de la infancia, se topó con los emblemáticos arcángeles de Sopó, una serie de reconocidos cuadros coloniales que reposan en la parroquia del Divino Salvador, a los que ha convertido en figuras en amero que, ya desde hace años, son el mejor regalo que las autoridades le pueden dar a los visitantes ilustres del pueblo. Sus piezas son dignas de contemplación pues parecen suspendidas por el movimiento que tienen. Algunas de sus figuras, incluso, alcanzan el metro de altura.

Estas dos socias y amigas se admiran mutuamente. La una no hace más que echarle flores a la otra y se saben cómplices complementarias en la elaboración de sus artesanías. Si Adriana por algún momento sintió que no tenía familia en Sopó, ese sentimiento se lo disipó doña Carmen porque fue quien le trajo el calor sabanero a la vida que decidió fundar en estas montañas.

Artesanos de la ruta

Artesanos de la ruta

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