Como tantos artesanos, el oficio le llegó por la sangre. Ya desde los siete, Blanca veía cómo trabajaban en el cultivo de fique de su papá y se cargaba dos o tres pencas para ayudar. También le gustaba explorar esa fibra pero la terminaba enredando y, así, mientras su mamá la regañaba, él la defendía porque estaba apenas aprendiendo.

Lamentablemente, don Adolfo y doña Sara se murieron pronto y a los 15 quedó sola en el mundo. Pero otra artesana, María Patrocinio Pimiento, la cogió como discípula y le acabó de enseñar todo lo que tenía por aprender. Fue su ángel guardián por más de una década hasta que, como buena maestra, dejó que volara sola. Y sí que lo hizo.

Junto con su esposo Rolando hicieron un taller en el que él es en un experto haciendo tapetes de tejido de mota, y ella se le mide a hacer todo tipo de prototipos y cuenta con una serie de tejedoras con las que hacen bolsos, piezas de croché y bordados que se muestran en escenarios como Modaviva. Tienen pedidos muy grandes, de centenares de tapetes, muchos de los cuales llegan a Europa, por lo cual la planta de trabajo con la que cuenta es de 12 personas, además de aquellos artesanos que les prestan servicios satélites. Blanca sueña que el oficio, que tanto han cultivado desde pequeños ella y Rolando, lo conserven sus propios hijos, Robinson y Marisol. Y por ahora, la tarea va por buen camino.