Taller: Asociación de artesanas y agricultores Hecho en Lebrija
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Santander
Ubicación: Lebrija, Santander
Los piñales prosperan bajo el sol picante de Lebrija. Allí llegan Deicy y su grupo de artesanas y agricultores después de que son cosechadas las dulces piñas, para recuperar la materia prima de sus hilos, las hojas de la mata que comúnmente son quemadas como desecho. En medio de ese calor deshojan las plantas, sin dejarlas desnudas para no entorpecer la siguiente cosecha, y entonces empieza el largo proceso para obtener sus preciados hilos de piña, una innovadora fibra textil que se ha vuelto reconocida por su industria en Filipinas.
Después de un exhaustivo proceso de raspado, hecho en una máquina diseñada específicamente para la labor, y de peinado, lo que obtienen es una fibra de brillo sedoso que en manojo parece crin de caballo blanco. Es resistente y recia, como los caballos y el fique, la otra fibra Santandereana por excelencia. Y aunque recibe muy bien el color del achiote, laurel, cebolla, hoja de guayaba y cúrcuma, Deicy aboga por mostrar el esplendor de su blanco natural.
Para producir una sola madeja se necesitan alrededor de 60 hojas de piña, y qué mejor lugar para conseguir millones de hojas que Lebrija, en donde alrededor de los años sesenta descubrieron que su clima y su suelo era ideal para esta fruta, además de los cítricos. Empezaron por sembrar piñas petroleras y después se popularizó la dulcecita variedad oromiel, y sembraron tantas que a comienzo de siglo había más oferta que demanda, y llegó la crisis. Se estima que actualmente, superada la crisis, hay 4,800 hectáreas sembradas, y aunque la producción de hilos a partir de sus desechos parece una solución hecha a la medida del municipio, la labor no ha sido fácil. Tan duro como es sacarle el hilo a la piña ha sido mantener a quienes lo hagan unidas, pues el trabajo de la extracción de las fibras es más extensivo y, por ahora, menos fructífero, que la agricultura.
El proyecto de Deicy nació en el 2019, cuando llegó de Bucaramanga a Lebrija y se unió con mujeres interesadas en el trabajo artesanal para enseñarles sobre bisutería. Desde hacía años se venía cocinando en ella la idea de trabajar con residuos vegetales usados para hacer biocombustibles o fibras. Luego se enteró de que la piña era la fruta que más desechos deja, y después de haber consolidado su grupo con cuatro mujeres, decidió darle una oportunidad a la fibra de la fruta local. Probaron de todo, raspar las hojas a mano con espátulas de madera y meterlas en las guillotinas del fique, y después hilarla con torno y huso. Se quedaron con la rueca y el huso, intentando hacer hilos cada vez más finos, y hasta encontraron la manera de hacer su propia máquina para no tener que raspar las hojas a mano. Desde entonces, buscan cómo suavizar la fibra mezclándola con algodón y cáñamo, al tiempo que tejen bolsos y monederos en crochet, y telas en telar horizontal con este material merecedor de la resistencia de las mujeres santandereanas.
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