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Gabriela del Sol Abello

Workshop: Ave Migratoria
Craft: Pottery and Ceramics
Trail: Bogotá Route
Location: Bogotá, Bogotá


De niña, Gabriela del Sol recuerda que en su casa había en unos cuantos platos heredados, así como una tetera holandesa, de Delf. Quien reconozca este nombre sabrá que es la cuna de uno de los artistas más reconocidos del barroco flamenco, Vermeer de Delf, pero también, y sobre todo los ceramistas, sabrán que nos referimos a una tradición alfarera de finales del siglo XVI, una de piezas en barro blanco vitrificado y el tradicional azul de cobalto con diseños espléndidos que, después de tanto tiempo, no pasan de moda. Y esa es la memoria desde la cual esta artesana ha desarrollado su mundo en Ave Migratoria, un taller que nació hace relativamente poco para el vuelo que ha tomado, y en el que ella se siente perfectamente cómoda.

Habla del tiempo con cautela, casi con reverencia, pues sabe que lo recuperó y que este estado de lentitud, la aleja del caos que sabe ocupó su vida por demasiado tiempo. Basta oírla para saber que lo dice con todas sus letras, estudió Diseño Industrial, carrera con la que nunca se reconoció, luego se hizo fotógrafa y performer, bailó, trabajó en gestión cultural, y hasta cantó en una banda de rock. Ah, y aprendió a bordar. Pero quizá lo más cercano a este momento del alma en el que se encuentra, fue la maestría en Artes Vivas, a la cual entró cuando se sintió lista. Cuando las preguntas eran más claras. Cuando fue descubriendo su identidad, ya tranquilamente. Y en ese trasegar, entró la artesanía en su vida.

A la arcilla regresó hace poco menos de cinco años. Como se dice, tantas vueltas para volver a casa. Y es que recuerda con toda la alegría del caso, verse chiquita y hundiendo sus manos en el barro. Cuando lo retomó recordó la sensación que le producía y que allí era donde quería estar. De ahí el nombre con la que bautizó su marca, porque ese movimiento, migratorio, fue el que le pasó a ella misma. De la ciudad a campo, y de regreso a la ciudad. Un vaivén en el que, en todo caso, se le quedó grabada la naturaleza y la belleza de la pausa. Y ésta la hizo aterrizar. Ya, por nada del mundo, quiere dejarla escapar. Es su gran conquista.

Y allí, el recuerdo de la cerámica holandesa y el diseño y funcionalidad perfecta de la japonesa. Supo que allí, con esos dos códigos se dejaría guiar y le imprimiría a su Ave Migratoria su sello. Así que se sumerge en la elaboración de vajillas en donde el azul y el blanco predominan. Los puntos y las rayas dictan el camino y es claro que, detrás de esa decisión, hay mucho de meditación. Cada puntito blanco es un engobe que ella misma fabricó y en el que se entrega para realizar una pieza que acompañe nuestros momentos de sosiego. Para ella, sentarse frente a su torno es tener la posibilidad de sobar y sobar una pieza tomo el tiempo que le sea necesario. Ya corrió demasiado en la vida, y no lo quiere repetir.

Como muchos de los ceramistas del país, trabaja con la arcilla que le proveía Jorge Pérez, recientemente fallecido y que, al recordarlo, cada uno de sus colegas lo lamentan. De su taller se hace a la cerámica amarilla y la blanca ceniza. Además, usa el barro blanco de Barichara. Cuenta que también recicla, así que mezcla arcillas y, cuando lo hace, ésta adquiere nueva plasticidad. Al hacer piezas de uso doméstico, quema a muy altas temperaturas y, claro, garantiza que su cerámica está libre de plomo.

Al preguntarle por las colecciones repara en que quienes se las han construido son sus propios clientes. Van juntando una taza aquí, un plato allá, una tetera, un bowl, un vasito aguardientero, una jarra que podría ser jarrón, una salsera para la vinagreta o la crema del ajiaco. Diseños con los que se identifica y que fue inventándose sobre la marcha, concentrada en el esgrafiado, rallando la arcilla en estado de cuero, es decir a mitad de camino entre su estado húmedo y el seco.

Honra el barro y sabe que hace parte de una rica tradición alfarera del país así que celebra a las tinajeras de Juana Sánchez, a los alfareros de Ráquira, a la belleza del barro del Carmen de Viboral y a la audacia del Gres del Pato y la Cruz. Y allí está Gabriela del Sol, encontrando su sol sobando el barro.

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