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Imelda Perteaga

Taller: Arte y tejido Kadaia
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Bogotá
Ubicación: Bogotá, Bogotá


AGENDA TU VISITA

  Calle 36Dsur No 1-17este barrio Atenas
  3144641959
  imepertiaga02@gmail.com
  @p/Arte-y-tejidos-kadaia-10006381167...

Imelda nos cuenta su historia con tanta elocuencia y dulzura, que cuesta imaginar que apenas llegó a Bogotá, en el 2008, no supiera español. Venía de su comunidad eperara-siapidara a la ribera del río Saija, en el Cauca, con su hijo en brazos, y llegar no fue para nada fácil, pues la ciudad tenía muy poco en común con su selva natal y el abrazo de la naturaleza en donde cada criatura tiene una razón de ser. Aquí se encontró con una discriminación arraigada y severa, que se traducía en falta de oportunidades y prejuicio. A pesar de capacitarse en cuanto curso encontró, de contabilidad, de sistemas, pensando que si se preparaba iba a encontrar trabajo, lo que encontró fue rechazo. Lo recuerda como un dolor, literalmente un dolor en el corazón, que se hacía más profundo cuando se mezclaba con el dolor del desplazamiento y el sometimiento a la muerte de su cultura y tradiciones, que sucede cuando se le quita a la gente su lugar.

Por eso dice que su emprendimiento nació de la discriminación. Porque a pesar de haberse formado, la única salida que encontró fue dedicarse a lo que sabía hacer desde siempre, el tejer canastos. Así su saber se convirtió en su poder, y se dio cuenta de que a veces nos estancamos buscando nuestro destino en donde no es, pero la vida tiene sus propios planes y cosas maravillosas para nosotros. Se lo hizo ver su profesora de sistemas cuando les pidió que compartieran con sus compañeros su proyecto de vida y ella no supo qué decir, porque solo sentía desmotivación. Entonces su maestra insistió, le dijo, algo tienes que saber hacer, y ella respondió que canastos. La tarea fue llevar uno a la siguiente clase, y fue tal el asombro que causó, que a Imelda no se le olvida la respuesta de su profesora: tú siempre te vas a acordar de mi, tus productos van a trascender fronteras. Esas palabras fueron como un suero revitalizante que la trajo de vuelta a la vida, que la salvó de la muerte. Ahí volvió a soñar, a imaginar. Su futuro la había acompañado desde siempre, oculto entre las fibras de paja tetera que cargaba para todas partes así como hoy en día las personas de la ciudad cargamos nuestros celulares, y ella no se había dado cuenta. Eran parte de ella. Al fin y al cabo, son el primer juguete de la mujer indígena, son la sabiduría que se brinda sin forzar a nadie, porque en su lengua no existe la palabra enseñar, pero sí existe la voluntad con la que se aprende.

Ahora entiende que se capacitaba para distraerse, que caminaba a pie tres horas de su casa a las clases para distraerse. Son recuerdos duros que vistos a la luz de todo lo que ha construido, se vuelven ejemplo. Su labor ha sido la de reconciliar dos mundos culturalmente muy distintos a través del tejido: uno en el que prima el dinero, y el suyo, en el que lo más importante es el tiempo que se pasa en familia. Cada vez que Imelda recibe un pedido, lo primero que le pregunta a sus clientes es si tienen paciencia, porque sabe que la mujer indígena se toma su tiempo para tejer y que no importa cuánto le ofrezcan por sus productos, si esa semana su marido está de vacaciones, ella pondrá por encima de cualquier trabajo el pasar tiempo juntos, el llevar a sus hijos al parque, el comer en familia. Lo importante es tenerse entre ellos, tener salud y tener amor, lo que se traduce en el bienestar más puro y sencillo. Así vive ella misma, acompañada por su hijo Gabriel Andrés, y por Francisco, el amor que le llegó como la buena suerte y que con su calma y paciencia complementa ese lado hiperactivo e intenso de Imelda. Esa forma de vivir es una lección importante para la gente de la ciudad, acostumbrada a poner el dinero primero, y a un ritmo de vida tan acelerado que hace olvidarse de lo realmente importante.

Sus productos, en efecto, trascendieron fronteras. Trabajando con otras mujeres que llegaron a la ciudad a causa del desplazamiento forzado, y de la mano de su hijo, que ya casi termina la carrera de comercio internacional que decidió cursar para aportar al negocio familiar, y haciendo equipo con Francisco, quien pertenece a la etnia bora del Amazonas y ha nutrido inmensamente las ideas de Imelda; las piezas que salen del taller que tienen en el último piso de su casa en San Cristóbal, ya han llegado a Grecia y Países Bajos. Muchas de las ideas le llegan a Imelda en mitad de la noche, y aparecen con tal insistencia que la obligan a salir de la cama y subir al taller para volverlas realidad mientras siguen fresquitas. Sabe que su tejido tiene todo que ver con el medio en el que creció, con la naturaleza de la que se empapó desde niña, y por eso los dibuja como siempre lo ha hecho su gente: vemos anacondas, ciempiés, camarones, ranas, mariposas, arañas y montañas, recordatorios del paisaje que ocupa su imaginación, ese en el que siempre cantan los pájaros y cada criatura es igual de importante a las demás.

Artesanos de la ruta

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