Taller: Manos doradas
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bogotá
Ubicación: Bogotá, Bogotá
Reinaldo Niño es el heredero de un gran tejedor de quien, además del oficio, le heredó el nombre. Quizá por eso precisa en decir que él es Reinaldo Junior. No solo lo hace para dejarle íntegro el crédito a su padre, sino también para marcar la diferencia de que él es una generación completamente nueva, renovada y distinta a su pasado. Lo dice porque el maestro Reinaldo padeció una penosa adicción a las drogas que lo tuvo maniatado por casi cuatro décadas. Y aquí es donde el oficio se vuelve esencial: porque lo salvó. Fue gracias a la tejeduría que pudo hacerle el quite a tamaña tragedia, ya pasados sus cincuenta.
Y en esa reinvención de su vida es donde Reinaldo reconoce el orgullo inmenso que tiene de haber sido su hijo. Porque ese padre, una vez de regreso, le dio sus mayores lecciones de vida. Le dijo: “hijo, con las manos podemos matar o hacerles daño a muchas personas, pero con las manos también podemos hacer cosas hermosas, podemos consentir a nuestros hijos y acariciar a nuestra esposa, podemos darle la mano a alguien y podemos hacer estas prendas con estos hilos maravillosos”. Cuando lo narra, no puede evitar conmoverse. Y conmovernos.
Basta repasar la historia del maestro para comprobarlo. Reinaldo Niño padre perdió a su madre joven, lo que lo llevó, a falta de guía suficiente, a las calles. En ellas, sin embargo, descubrió que la artesanía sería su pasión. Su hijo cuenta que, siendo su padre muy joven y ya perdido en las drogas, lo único que le interesaba, realmente, era quedarse mirando por la ventana cómo sonaban los telares del Sena de Kennedy. Hasta que un día, un maestro lo invitó a pasar y aprendió, sí que aprendió. Solo que la enfermedad le pospuso el éxito y, aunque tuvo la oportunidad de trabajar en grandes empresas textileras como Tejicóndor o Lafayette, siempre lo terminaban sacando.
Hasta que un día, varias décadas después, tuvo un destello de lucidez y un llamado, vio que le había hecho demasiado daño a su esposa, a sus cuatro hijos. Por fin abandonó las siete papeletas que le tenían bloqueada la alegría. Y es que cuando hay vocación, no importa no tener los medios, pues el talento y el talante saldrán a flote. En un impulso salvador, a falta de materia prima, de algodón para tejer, don Reinaldo deshilachó los traperos y tejió con sus hilos cobijas que empezó a vender en el barrio. No eran finas, claro, pero sí abrigadoras y el frío de la ciudad ameritaba algo que calentara un poco el dormir. Así empezó a hacerse a una reputación que nunca dejó de crecer. Le decía a su hijo que los hilos lo enamoraban y que, aunque a veces se ponían difíciles, ellos no peleaban con él y que, con esa misma armonía, salía lo bonito que tejía.
Y en ese diálogo con esos hilos fue que encontró la prenda con la que empezaría a sobresalir, un poncho artesanal, con el que pudo demostrar su dominio de los hilos delgadísimos del algodón. Entre tanto, Reinaldo hijo, creciendo un poco sin padre, se había formado como mercadólogo y como programador neurolinguístico, razón por la cual es un estupendo comunicador. Sin embargo, la sangre lo llamó y vio que la huella de su padre clamaba un continuador. Y se dejó guiar y aprendió el oficio. Se llenó de la potencia creadora de su padre y con el empeño que le vio tantas veces a don Reinaldo, se terminó convirtiendo en su digno discípulo. Lo que no esperaba era que, a su muerte, sus tres hermanas mayores le pidieran hacerse cargo de Manos Doradas, tarea que, sobrecogido, hoy asume con pasión y orgullo, invitando a todo el mundo a descubrir la verdadera cara de Ciudad Bolívar, la de la gente trabajadora e inspiradora. Reinaldo sabe perfectamente que con el pasado se pueden tejer relatos así que, además del trabajo artesanal que se realiza en su taller, ha impulsado el trabajo social que desde Manos Doradas se hace para que la artesanía siga salvando vidas.
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