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Ana Florentina Montejo

Taller: Artesanos Liquira - Asociación de artesanos muiscas de Chía
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Cundinamarca
Ubicación: Chía, Cundinamarca


Ana Florentina es como una cajita de sorpresas. De esas en donde cada cajón va regalando una nueva alegría. Y al conversar con ella queda clarísimo que es una tejedora nata, pues cada una de sus palabras van armando una trama de hilos que son historias y oficio, uno en donde reconoce que la tejeduría es el arte de la paciencia. Aunque nacida en Bogotá, terminó viviendo en Chía por amor, y en ese traslado no solo conoció al padre de sus hijos, sino que descubrió un pasado común, el de los ancestros muiscas. Pedro Milciades aspiraba a gobernador del cabildo indígena muisca de Fonquetá y ella entró en ese mundo con la misión de ser del grupo de personas que rescataría la tradición del tejido en la región. De eso hace 25 años.

Había aprendido algo de tejido en dos agujas con su mamá, cuando era niña, pero fue en esos talleres llegada a Chía en donde sintió que podría consolidar su maestría en la tejeduría. Porque de su infancia confiesa que ni era muy buena tejiendo, ni le resultaba del todo grato el oficio, es más, le costaba muchísimo urdir la lana y recuerda como tortuosas esas hebras que se le enredaban a cada rato. Tuvo que volver a empezar muchas veces para lograr un resultado correcto. Sin embargo, nada de lo que hacemos en la vida es en vano, así que cuál no sería su sorpresa al verse, tantos años después, haciendo de ese ejercicio un método de trabajo, pues desbaratar los errores de las puntadas no solo le hizo aprender a entender qué estaba haciendo mal, sino que le permitió inventarse nuevos diseños nacidos del azar. Juiciosa, cada vez que por un segundo de desconcentración se le cruzaba equivocadamente el hilo creando un patrón distinto, anota en un cuaderno el paso a paso de todo lo realizado. Y así aprendió de diseño. Lo cuenta y se siente que valora su proceso con orgullo.

Dice que aprendió con varias compañeras más en el resguardo, macramé, croché y bordado. A cada una se le facilitaba más una técnica que otra y eso hacía del intercambio de saberes un espacio muy grato en el cual todas compartían esos pasados en donde, en sus propias casas, habían crecido mirando a sus mamás. Mientras aprendía se dedicó principalmente a la agricultura, con la que derivaba su sustento, luego, ya con los primeros aprendizajes de tejido, le salió a su grupo de artesanas un contrato grande para hacer páneles en fique a dos agujas. Cuenta que esa fue una muy buena fuente de ingresos por cinco años hasta que les cancelaron el contrato y se quedaron con los crespos hechos.

Para muchas, se desmanteló el sueño de la tejeduría. Por fortuna, volvieron las capacitaciones y, esta vez con Taller 5, Ana Florentina aprendió lo que sería su vida: el telar horizontal. Allí quedó enamorada de esta técnica. Le resultaba prodigioso lo que éste podía hacer y le permitía ir viendo cómo el diseño iba apareciendo frente a sus ojos en tiempo real. Dice que, frente al telar, se entrega y pueden pasar horas y horas en donde teje en silencio, feliz, y que, de vez en cuando sus hijos llegan al taller a decirle que ya son las diez de la noche… y ella ni se había percatado de lo concentrada y contenta que estaba.

A esa primera asociación de trabajo la llamaron Nemqueteba, en homenaje al dios del tejido muisca, y luego, ya años después como independiente fundó un nuevo emprendimiento con el nombre de Liquira, que, en muisca significa manta o mantilla. Allí ha podido desarrollar proyectos colaborativos con diseñadores de modas, como Manuela Álvarez, creándole telas de algodón tinturadas en dos colores degradados con los que cerró su desfile en la Bogotá Fashion Week, y allí, en la pasarela, recibió los aplausos por tamaña belleza. Esta mujer que pasó del azadón al telar sabe que seguir el legado es donde realiza la mayor contribución por su comunidad.

Artesanos de la ruta

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