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Erika Morales Pineda

Taller: Ancestral
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Antioquia
Ubicación: Medellín, Antioquia


Erika Morales encontró el macramé en un momento difícil de la vida. También se podría decir que el macramé la encontró a ella. Por recomendación de su terapeuta, quien le dejó la tarea de hacer algo con las manos para distraerse de las preocupaciones por la enfermedad de su hijo, la carrera que estaba terminando, y las cargas de ser una joven madre soltera, se unió al grupo de barrio de una señora llamada Amparo. Con ella aprendió a hacer los nudos básicos del macramé y fue tal el alivio que le trajo esa práctica, que se aferró al oficio y cuando se graduó le dijo a su madre que no quería dedicarse a la ingeniería de diseño de producto, sino al tejido. Hubo conmoción familiar, creyeron que se había vuelto loca, y le hicieron la pregunta de siempre: ¿de qué vas a vivir?

Erika cuenta esa historia con una sonrisa en el rostro a pesar de que fue un momento difícil. Ahora sabe que aunque su madre se opusiera, en últimas la estaba ayudando, pues no había nada que le encendiera más el motor a Erika que oír un no: le despertaba la rebeldía con la que siempre ha respondido «sí se puede». Ahora entiende, también, lo que aprender la técnica hizo en ella. Le dio la paz y la quietud mental que anhelaba. El tejido tiene sus propios tiempos, no vive en nuestro mismo mundo de la inmediatez, por eso enfocarse en él, un nudo a la vez, la devolvió al presente y la tranquilizó. De ahí que no quisiera soltarlo. Además, la enfrentó con sus propios miedos y frustraciones porque, como dice, el macramé es más difícil destejerlo que tejerlo. Deshacer un nudo lleva más tiempo que anudarlo y trae, literalmente, dolor físico en las manos por el esfuerzo. Aprendió a tenerse paciencia, a ver a la cara sus ganas de renunciar ante la dificultad, y ahora lo resume todo con un chiste amoroso, dice que es una sobreviviente del macramé.

Eso mismo le enseña a sus alumnas, a quienes recibe en el taller de Ancestral, la marca que creó hace casi diez años y que hoy en día le causa orgullo hasta a su madre. Empezó sola, siendo quien tejía, barría el local, y se encargaba de la atención al cliente. Luego se fueron sumando personas, mujeres que no sabían tejer, para aprender y hacer parte de su equipo. Una vez resolvieron la parte técnica, se dieron a la tarea de crecer en atención al cliente. Hoy en día hacen bajo pedido tapices que son impresionantes por su tamaño y su belleza. Usan la hilaza peinada de algodón que fabrican y venden, y tejen en macramé, macramé circular, telar vertical y circular. Han sabido, además, integrar a sus tejidos otras técnicas, ancestrales como su nombre: el tallado en bajo relieve de los sikuani de la Orinoquía, el enchapado en tamo de Pasto, y la cerámica del Carmen de Viboral. Moviéndose entre la enseñanza, labor para la que cuenta con dos cursos en la plataforma Domestika y clases presenciales en su taller, la creación de piezas y la venta de insumos, Erika encontró el equilibrio. Consciente de que el macramé toma su tiempo y que confronta a cada tejedora con sus adentros, creó un proyecto a su medida, en el que el rendimiento no es el centro, sino lo son la calidad y el bienestar.

Artesanos de la ruta

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