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Rubén Darío Agudelo Bohorquez

Taller: Carrielarte y Guarnielería R Darío Agudelo Jericó
Oficio: Guarnielería
Ruta: Ruta Antioquia
Ubicación: Jericó, Antioquia


Imagen de Medalla Maestría Artesanal

Don Darío no puede dejar de pasar por el taller a diario, pues el olor del cuero lo llama. Aunque tiene claro que ese legado que aprendió hace más de 70 años está garantizado en las hábiles y disciplinadas manos de su hijo Rubén Darío y de sus nietas Alejandra y Carolina, sentir un carriel en sus manos le inyecta vida. Porque sabe que cada una de esas refinadas piezas de guarnielería carga la tradición de un pueblo, ni más ni menos que del antioqueño.

Es la historia del arriero, conquistador y andariego, en una pieza. Y es que nadie podría imaginarse lo que es un carriel, hasta que lo ve. Y allí lo entiende todo, porque es un mundo. Es el contenedor de las historias. El “escaparate paisa”, como lo llama Rubén Darío, uno que trasegó en aquellos tiempos en donde se andaba a caballo y solo existía el ferrocarril por el límite de Antioquia con el Cauca. Allí, estos hombres que estaban fuera de casa por meses y meses, guardaban “el aguardientico, el tabaco, las agujas para arreglar los aperos, los clavos de errar, las cartas, la peinilla, el espejito, el escapulario, la camándula, la libretica donde anotar lo del mercado, el lápiz y el tintero, la navaja…”, recita sin tomar aire este hombre lleno de gracia y carisma.

Por supuesto, para cargar esos tres o cuatro kilos, había que tener un buen contenedor. Uno que, además, guardara sus secretos, una que otra carta de amor, una fotico y un mechón de pelo de la amada de paso. El guarniel fue creado, también, con la misión clara de llevar consigo historias prohibidas. Para eso, sus 118 piezas ensambladas, con 12 compartimentos entre paredes, bolsillos, cierres y “caletas”.

Un oficio de una destreza infinita y con un cánon que se sigue al dedillo desde hace décadas. Manteniendo los colores rojo y amarillo de la bandera de Jericó, y el charol inconfundible de estas piezas perfectamente elaboradas. Aunque por años fue labor masculina, y como a los Agudelo no los frena nada ni nadie, las herederas del negocio, Alejandra y Carolina, saben que “lo que se hereda no se hurta”, así que se entregaron, luego de estudiar pedagogía en Medellín, al aprendizaje de marroquinería y, sobre todo, a las manos de su abuelo y padre para que les enseñaran el arte de la guarnielería. No se arrugaron por tener que estar de pie todo el día, ni por tener callos en las manos, al revés, se metieron de lleno y, con lo que también aprendieron de aerografía, le empezaron a introducir innovaciones al producto, con diseños en el cuero que modernizan la pieza.

Carrielarte es el primer taller en el pueblo donde trabajan mujeres. También, se dedicaron a rastrear el carriel sanpedreño, de San Pedro de los Milagros, muy en desuso por la preferencia del de Jericó, y lo están reviviendo, con la adición de los tejidos en hilos de seda en la tapa hechos por su mamá, Luz Helena Gaviria. Una familia que dicta cátedra en este oficio y que emociona oír de la pura alegría que transmiten.

Artesanos de la ruta

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