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Arcenio Moya

Taller: Nawema
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bogotá
Ubicación: Bogotá, Bogotá


Arcenio Moya llegó a Bogotá sin haberlo realmente pedido. Fue la manera como su familia quiso salvarlo de la amenaza de un reclutamiento forzado por grupos armados que aterraban a los más jóvenes de su territorio, a las orillas del río San Juan, entre el Chocó y el Valle del Cauca. Era 2006, tenía 24 años y no conocía una palabra de español. Cuando se acuerda de esa llegada a la capital suspira ya que no fue nada fácil descifrar esta ciudad, los letreros con las paradas del bus, el cemento, la inmensidad, los ríos, pero de gente, la incomprensión. Y suspira porque lloró, porque por casi dos años pensó que no sería capaz de entender nada, porque resentía la hostilidad, él, que habla suavecito y es tan dulce. Pero como eres fuerte cuando la única opción que te queda es serlo, él lo fue.

En Ciudad Bolívar lo había recibido su tío Sercelinito Pirazá, líder de la comunidad indígena wounaan, y la persona que le hizo ver que podría lograrlo. Gracias a su ejemplo, se puso a buscar trabajo y lo encontró en un restaurante. Allí empezó lavando loza y pasó por todos los cargos, incluso administrando uno, lo que le hizo soñar con abrir el propio. Fueron años en los que los años se fueron pasando, y en los cuales fue forjando una identidad que le permitiera entender su nuevo lugar en el mundo, uno que le estaba enseñando otra lengua, otras dinámicas sociales, otras creencias, otras amistades, otras inquietudes y otros acentos.

Sin embargo, su tierra y su río siempre lo llamaban. Sus raíces, la familia, los rituales. Y allí, ya no pudo resistirse a lo que otros coterráneos suyos hacían, entre ellos su tío Sercelinito, para acercarse al territorio: tejer en palma de werregue. Se volcó a mirar a las mujeres trabajar la fibra y entender el significado profundo de sus símbolos. También, se volvió un diestro tejedor y fue adquiriendo un lugar de liderazgo dentro de su comunidad. Uno que, sin embargo, produjo algunas diferencias con otras autoridades de los wounaan en Bogotá, lo que lo hizo fundar una nueva colectividad que habita en Brisas del Volador, en la gigante Ciudad Bolívar.

Allí, junto con 18 maestras tejedoras y con la marca Nawema, que busca rescatar el saber ancestral de su pueblo, se han dado a la tarea de darle un toque innovador al diseño de piezas en werregue. Si el uso de la fibra ha sido tradicionalmente haciendo ánforas, Arcenio y su grupo se han lanzado a diseñar contenedores con bocas mucho más amplias, así como bandejas o piezas de gran envergadura que dejan sin aliento a quien las ve. Además, y eso es algo que ha logrado darle un sello muy particular a lo que están haciendo, le han logrado imprimir símbolos con los que narran su vida en la ciudad. Y así, aunque nosotros los espectadores veamos una pieza con triángulos geométricos muy pronunciados, no exentos de dramatismo, al conocer su significado vemos que algo en nuestra apreciación era correcto pues son lágrimas de cemento, los pesares que tejen las mayoras y que se convierten en vida compartida. Así mismo, plasman el color de la ciudad, ese ladrillo que define a Bogotá, y lo llevan a sus piezas preciosas. El naranja es parte de esencial de la paleta wounaan y de esta manera lo honran.

Se trata así, de una nueva generación del diseño en werregue, que se entrega a la maestría del uso de la fibra llegada de las selvas chocoanas, pero que interpreta la ciudad que acogió a sus artesanos. Estos, en conversación con su nuevo hogar, lo plasman y embellecen. Por si fuera poco, el papá de Arcenio, Alejandrino Moya, es jaibaná, autoridad de su pueblo, y, por ello, tallador de los barcos de los espíritus propios de su territorio. Estas piezas en balso, cargadas de contenido simbólico y que buscan proteger a quien los tiene, también hacen parte del repertorio wounaan que ofrece Arcenio en Nawema. Basta escucharlo para enamorarse de semejantes piezas: búhos que permanecen despiertos y vigilantes para espantar las malas energías y a los brujos de la noche, colibríes que rondan durante el día y alertan las amenazas, loros que, al ser los únicos que pueden hablar, las avisan y cocodrilos, tortugas, serpientes y armadillos que ven a los espíritus malignos y los espantan del barco. Se trata entonces, de todo un viaje por la espiritualidad y la belleza wounaan.

Artesanos de la ruta

Artesanos de la ruta

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