Hija de María de Torres y Pablo Emilio Torres y hermana de nueve, Esperanza nació en Fómeque, Cundinamarca. Vio cómo su mamá les tejía la ropa a todos sus hermanos y recuerda que, desde pequeña, cada hijo tenía en la mano un hilito o una cabuya de fique que les pasaban a sus padres para amarrar una canasta o hacer un costal.

La maestría del tejer vino con la idea de hogar. Luego llegaron las monjas que le enseñaron a bordar y los secretos técnicos que aprendió en sus estudios en Diseño Textil en la Universidad de los Andes, cuando ya se vino a vivir a Bogotá de adolescente.

Todavía tiene el telar con el que inició su vida “metida entre hilos” y, así, va hilando su largo trasegar, de docencia y de la práctica ininterrumpida de ese acto de creación que es imaginarse una tela, con un color y una textura que solo aparecen en la mente, y volverlo todo realidad en una prenda. Inspirada en los colores de la naturaleza y siempre añorando volver a ella, la emula entre orquídeas que se calientan en el tercer piso de su casa.

Su trabajo es pura entrega y oficio, desde el teñido de la lana y la fijación del color, pasando por el tejido paciente y riguroso que arrojará una pieza única que se convertirá en un gabán con toda una gama de cuellos, una capa o una falda. Socia de sus hermanas Judith y Gloria y de su sobrina Gigliola, cada cual le imprime su sello y saber a este taller enclavado y secreto en medio de una Bogotá que lo único que no tiene es el tiempo que ellas le dedican a cada tejido.

Son las guardianas de una tradición que, con originalidad y calidad, ha logrado colarse en el universo de la moda, haciendo de la lana una materia prima de pasarela.