Taller: Dynastes
Oficio: Trabajo en madera
Ruta: Ruta Ráquira - Chiquinquirá
Ubicación: Chiquinquirá, Boyacá
Aunque Francisco nació en Monguí, su vida desde hace casi 35 años acontece en Chiquinquirá. Siendo niño, recuerda que vivió temporadas en Sogamoso, Saboyá y Villa de Leyva, porque su papá trabajaba en construcción y se movía donde hubiera trabajo, hasta que su mamá dijo no más y allí, en Chiquinquirá, se quedaron y echaron raíces. Dice que en su familia no hay una tradición artesanal, pero resalta que, por el lado de su mamá algo de inclinación artística y manual sí había. Recuerda que sus tíos maternos, Guillermo y Jorge, trabajaban el barro; echaban la producción en el lomo de un burro y bajaban al pueblo a venderla. También hacían figuritas en cuanta semilla encontraran. Quizá por ello le quedó grabado en el ADN ese gusto por ver animalitos por doquier, incluidos en las piñas del pino. Igual, le encanta imaginarse insectos.
Antes de seguir, cuenta casi en secreto que, previo a volverse artesano, tuvo otra vida. Estudió varios años para volverse sacerdote, hasta que en 2007 colgó los hábitos. Al reflexionar el respecto, siente que su paso por la vida monacal le dio sosiego y disciplina, silencio y concentración. Sin embargo, también le ha quedado claro que la selección de esa vocación vino más por el deseo de la familia de tener un religioso en la familia, que por, verdaderamente sentir que ese era su llamado. En su lugar, encontró que su vocación estaba en la artesanía.
Le pregunto por los insectos que hace y me responde que seguramente tienen que ver con que son alados y que, con alas, se puede volar y ser libre. Como los insectos, Francisco siente que su pensamiento vuela como ellos. Y, así, a través de las tallas que hace, de abejas, libélulas, mariposas y escarabajos, ha logrado trasladar ese deseo que expresa con las manos. De hecho, llamó a su taller por el escarabajo Dynastes Hércules, que significa en latín señor o rey. Sabe que su habilidad manual, entrenada desde el empirismo se ha ido perfeccionando con los años y ya no se imagina haciendo nada distinto a mejorar tanto que sus tallas sean una obra de arte. Sueña en llegar a ese lugar de la belleza.
Trabaja con su mamá y con su esposa. Cada una pinta y pule lo que sus manos producen con machete y bisturí. Dice que nunca aprendió a usar las gubias pero que, a fuerza de costumbre, logró hacer lo mismo con las herramientas nacidas de su impulso de crear. También, del estudio nacieron los cuarenta tipos de mariposas que ha desarrollado en su taller, incluida la Eva que se inventó como una manera de honrar el camino de la imaginación, ese que le dio la libertad que buscaba cuando joven y que encontró en la madera de pino y urapán.
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