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José Alfredo Manzano

Taller: Dardo
Oficio: Cestería y trabajo en madera
Ruta: Ruta Bogotá
Ubicación: Bogotá, Bogotá


José nunca pensó que encontraría en la artesanía el lugar en donde mejor se siente. Porque por muchos años su vida fue en la carrera militar, hasta llegar al grado de sargento, y habría podido seguir ascendiendo en los escalafones. Sin embargo, la guerra lo confrontó, o mejor, las decisiones que por la guerra se toman, y decidió hacerse a un lado. No sentía que podía seguir cumpliendo órdenes en las que no creía. Eso, por supuesto, lo llevó a un profundo vuelco emocional. Su hermana, preocupada por él, le sugirió que por qué no hacía algo radicalmente distinto y le habló de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo. Quizá un trabajo con las manos lo podría ayudar a volver a encontrarle sentido a la vida. Y acertó. Era 2012. Bastó entrar en esa casona del centro de Bogotá y ver la madera para sentir un llamado que hacía mucho no sentía. Luego, trabajar junto al tallador Yesid Robayo, le devolvió la emoción de volver a tener un maestro.

Ya estaba, había descubierto una pasión. Ahora, debía encontrar en el oficio de la talla la mejor manera de ser coherente consigo mismo. Su compromiso medioambiental pasa no solo por ser vegetariano y luchar contra el maltrato animal, sino que el desperdicio le afecta, por lo cual es tremendamente racional en su consumo. Lo que le generaba dificultades a la hora de tallar madera pues, además de ser un recurso que no es infinito, sentía que se perdía mucha madera que no se utilizaba en el oficio. Además, veía cierta vanidad en algunos de los estudiantes, quienes llegaban con trozos de madera preciosos pero inaccesibles, resultando casi depredadores. Eso lo hizo estudiar cuantas formas y técnicas existieran para intentar constituir, de su naciente interés, un oficio sostenible. Y esto lo encontró en el laminado, luego de innumerables horas en la biblioteca y una fascinación por las escuelas de diseño japonesa y europea en este oficio.

El laminado es una técnica que utiliza material prensado con el cual se puede, al doblarlo, generar piezas con mucho movimiento. Sus herramientas: una regla, un bisturí y una prensa de carpintería. Encontró allí, de la mano de madera africana de sapeli, algo con lo que lograba comunicarse. Descubrió en la economía del material algo con lo que se sentía afín y, de su mano, una posibilidad de exploración formal que le ponía muchos retos creativos. Doblando, empezó a producir boles y lámparas, que empezaron a resaltar en el mercado artesanal; su participación en las ferias lo mostraba, el interés de los medios especializados, también. Luego, quiso seguir explorando con nuevos materiales y regresó a otro de los oficios con los que se sintió atraído cuando llegó a la Escuela: la tejeduría. También le había llamado la atención el fique, por eso, también empezó a tejer y a hacer muebles que combinaran las dos técnicas. Trabaja con material tinturado por las manos expertas de Patrocinia Pimiento, de Curití.

Mientras hablamos teje. Se le siente el gusto por hacerlo. Es consciente de que trabajar el fique es duro, porque no es un material suave, de hecho, habla de los callos, la tendinitis y las heridas que le ha salido en las manos. Sin embargo, no es queja lo que le sale, sino armonía pura. Son esas huellas en la piel las que le dan propósito, las que le ofrecen el sentido que por tanto tiempo perdió. En ellas ha depositado su confianza en la belleza. Y ésta es, para él, su mejor propósito. Uno que se llena de sentido con el nombre de su marca: Dardo, en homenaje a esta rana endémica del Pacífico, amenazada por minería, tráfico ilegal y tala, y que resiste siento la especie más venenosa del mundo. Algo en esa resistencia lo convoca y lo guía. Hoy, sueña con llegar a los terrenos del arte con lo que hace. Y si mira sus objetivos, uno, ir a Expoartesanías, dos, salir en alguna revista y tres, ganarse un premio, no va nada mal en sus metas. Las dos primeras ya fueron y la tercera, fue nominado al prestigioso Loewe Craft Prize. Nada mal. Y si miramos todo lo que le queda por hacer, es verdad que encontró el propósito.

Y como si nos faltara más, cuenta que quizá otra pasión que va a la par con su trabajo es la luthería, hacer guitarras lo relaja y encuentra en su construcción siempre un nuevo reto y nuevos significados. Su vida es puro misticismo. Lo milagroso es que semejante aura ilumina un pedacito del barrio 7 de agosto de Bogotá. Otro de esos secretos que tiene la capital.

Artesanos de la ruta

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