Workshop: Taller plaza de toros Saul Valero
Craft: Pottery and Ceramics
Trail: Ráquira - Chiquinquirá Route
Location: Ráquira, Boyacá
Para Saúl, el oficio nació en la infancia. Literalmente, porque ya a los ocho sus manos revelaban un tesoro. Pero antes de llegar allí, hay que contar de dónde venía. De la finca que tenían sus abuelos en Ollerías se extraía arcilla, y cada puñadito era para vender y sostener a la familia. Por eso, el que lo vieran a él jugando con el barro significaba un regaño con caña de mazorca, uno que todavía recuerda con nostalgia porque se le quedó grabado en la piel. Pero cuando la pasión está ahí, en la sangre, no hay regaño que valga para frenar un impulso, así que Saúl, de camino a la escuela, vio que las alpargatas se le llenaban de barro y fue de allí de donde tomó los poquitos de tierra húmeda que tenía pegados en las suelas y empezó a hacer figuritas. ¿Su inspiración? Las escenas del campo raquireño que lo embelesaban, las vacas, los burritos, los gallos y gallinas picoteando el maíz…
Podía quedarse horas viendo a los toros de su abuelito Pablo Emilio, cómo se movían pesadamente y cómo embestían a quien los molestaba. También invoca ese día cuando nació un novillito y él lo único que quería era ir a acariciarle la cabecita peluda, pero don Pablo lo regañó, de nuevo el regaño, diciéndole que tocarlo así iba a “enseñarlo de bravo”. Saúl, sin embargo, hizo de la tremenda cabeceada del toro, el ejemplo de la plasticidad que le daría a sus piezas en barro. Lo increíble, que todo fue por intuición y se dice empírico a mucho honor. Hoy, cuando cuenta lo que vivió de niño, no tiene más que gratitud por todo lo vivido. Sabe que fue duro, que alistar el barro para que pueda ser moldeado es una tarea agotadora en la cual veía a su abuelita Magdalena extender un plástico o una cobija, coger un azadón y sacar el barro de la mina, luego extenderlo, coger un garrote y golpearlo, picarlo con el azadón, extenderlo y, de nuevo, volver a empezar, pero esta vez con los pies –como cuando se pisan las uvas del vino–, solo enunciándolo entiende que era tal el trabajo que, de verdad, no se podía desperdiciar. Y así justifica el carácter recio de los abuelos, que aunque trabajaran una materia tan blanda como la arcilla, ellos no tenían esa blandura, sino el cansancio y la necesidad detrás de su preparación.
Saúl, sin embargo, veía más allá del deber. Le era inevitable plasmar las imágenes que veía con tanta atención y curiosidad. Para que no lo regañaran, dejaba secar sus piecitas sobre una baranda que daba a la carretera de acceso a la finca. Y cuál no sería su sorpresa cuando un señor empezó a coger las figuritas, a admirarlas y a buscar a su autor. Un autor que descubrió era un niño. Cómplice, le dijo que le siguiera poniendo piecitas sobre el palo, hasta que llegó el día en el que le contó que había un concurso de artesanía en el pueblo y que quería presentar sus figuritas. Saúl solo pensaba en el castigo… pero accedió y se sometió al escrutinio de los otros artesanos del pueblo que se burlaban de esa osadía infantil. Pero, la justicia de la creatividad lo premió y, allí, empezó su carrera. No sin antes tener que vérselas para poder producir su arte sin que sus abuelos lo vieran vagabundear…
Tuvo que esconderse mucho para poder practicar lo suficiente y volverse el maestro en el que devino. Sus figuras pasaron de ser una curiosidad a volverse en un ícono de Ráquira, al punto de que ese burrito cargando chorotes, esas ollitas de barro colmando su lomo y que hoy decora la plaza principal del pueblo, lo vio un día en sus dedos y lo plasmó creando una identidad. Lo mismo sus plazas de toros, esas en donde pasa de todo, además de la corrida, pues también está el borrachito orinando por ahí o la parejita de novios escondidos dándose besos. Se le ve en la mirada y la palabra traviesa y dice, como si quedara duda, que nunca ha estado en una corrida de toros, que todo lo que ha hecho con ellas es inventado, producto de su imaginación nutrida por esas imágenes del campo que tanto ama y que le ha permitido engrandecer a su pueblo y representarlo en muchos escenarios en el mundo como el Maestro que es. Cuando lo cuenta, no puede sino pasar saliva y, a veces, se le cuela una lagrimita, recordando, haciendo historia de cuando se atrevió a romper el destino de pobreza de sus ancestros y, con sus dedos, imaginarse un camino distinto para los suyos. Y sí que lo logró.
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