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Yecid Robayo

Taller: Kabanka
Oficio: Trabajo en madera
Ruta: Ruta Bogotá
Ubicación: Bogotá, Bogotá


Hay personas a las que la madera les habla y, por tanto, ellas le responden. Es el caso de Yecid Robayo, quien solo en sus veintes entendió que lo suyo iba ser estar rodeado de aserrín. Era un oficio de su casa, de sus tíos y primos, y aunque creía que sabía algo de tallado vio que le faltaba todo por aprender. Y empezó de cero. Todavía hoy sigue haciéndolo, porque la madera, incansable, le sigue hablando. Cuenta que guarda palos hasta debajo de la cama y que puede tener un tronco por cinco años apilado en su taller hasta que un día le manda la señal de que ya está listo para ser trabajado.

“La madera es un ser con quien hay que comulgar, y si uno aprende a hacerlo, ella misma le retribuye, en cambio, si se le coge con soberbia y rabia le pega a uno su machucón, porque es un ser muy valioso”, dice con esa cara seria a la que le brillan los ojos al saberse hablando de una pasión. Ver sus productos es encontrarse con la hermosura de unas líneas que siguen los dibujos de la naturaleza y que decorarán nuestra vida cotidiana, a la hora de comer, principalmente.

Es lindo oírlo cómo describe su materia prima con devoción: “esa veta es jaspeadita como si fuera un hilo de plata metido entre la madera”. Nos invita a celebrar la alimentación a través de la belleza, esa que encuentra en cada carreto, cocobolo, cedro negro, nogal, comino crespo, moho cafetero o cumulá, un universo de maderas, cada una de las cuales, con las capas de sus entrañas, nos cuentan una historia. Los frutales, cítricos, en particular, lo deleitan para tornear.

Sabe que trabaja con un material no renovable y por eso tiene muy claro que el aprovechamiento y la trazabilidad de su origen son esenciales para la ética de su oficio; los amigos ya saben que cuando un cedro se cayó en alguna finca, Yecid enaltecerá esa vida transformándola en un nuevo elemento de la armonía. Igual, se conoce cada parque de Bogotá y está listo para recoger un tronco de guayacán o sauce.

Y como si nos faltara más, cuenta que quizá otra pasión que va a la par con su trabajo es la luthería, hacer guitarras lo relaja y encuentra en su construcción siempre un nuevo reto y nuevos significados. Su vida es puro misticismo. Lo milagroso es que semejante aura ilumina un pedacito del barrio 7 de agosto de Bogotá. Otro de esos secretos que tiene la capital.

Artesanos de la ruta

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