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Patricia Murillo

Taller: Suaty
Oficio: Alfarería y cerámica
Ruta: Ruta Ráquira - Chiquinquirá
Ubicación: Villa de Leyva, Boyacá


Aunque la carrera como ceramista de Patricia Murillo nació y se consolidó en Sopó, Cundinamarca, pueblo en el que vivió por 29 años, por cosas de la vida, como les dice, se terminó yendo y asentando, en 2019, en Villa de Leyva, Boyacá, haciendo de este paraíso su refugio y el lugar en el cual ha logrado la tranquilidad, el calor y la dicha que esta tierra arcillosa le brinda. Es allí, en la finca en donde vive y recibe a sus alumnos, cerquita del pueblo, donde pudo hacerle el quite a la pandemia y compartir su conocimiento, así como aprender de otros artesanos y artesanas de la zona.

Patricia es generosa en la conversación, se le siente, a leguas, el gusto por enseñar, es paciente y cariñosa y explica, con lujo de detalles, el manejo del barro, la manera como debe tocarse y descubrirse, esa sensación única que quisiera que todos sintamos y que a ella la lleva, de inmediato, a la infancia; tocar el barro que recogía de pasada para el colegio, le parecía como estar untada de chocolate. Y se ríe al contar que, se hundía en el barro hasta las rodillas, tal era el placer que le producía.

La vida, de nuevo la vida, y un gusto particular por la arquitectura, la llevó a estudiar Diseño Industrial en Bogotá, razón por la cual tiene una visión de la cerámica en la cual integra la funcionalidad del producto con la belleza de las ideas. Y, así, además de haber realizado mucho trabajo comunitario con mujeres y niños durante su tiempo en Sopó, se dedicó a hacer cerámica publicitaria, baldosas, nomenclaturas o avisos comerciales con los cuales darle un toque de identidad a las marcas, y hasta le hizo decoraciones, como vírgenes y murales, al famoso restaurante Andrés Carne de Res.

Esa sostenibilidad le ha permitido explorar otras técnicas de la arcilla que la han llevado a investigar caminos más artísticos y las versatilidades de esta materia en productos utilitarios de gran diseño. Un reto, por supuesto, pues es vecina de una tierra alfarera como la de Ráquira, en donde hay maestros que han heredado el saber artesanal de generación en generación y que tienen, en la conservación de la tradición, un legado que preservar.

Gracias a esa importancia que tiene el barro en su región, y la curiosidad que la mueve siempre, ha empezado a explorar el nériage o el raku, ambas técnicas japonesas, y se ha lanzado a realizar piezas utilitarias y decorativas que están empezando a llamar mucho la atención. La primera, el nériage, se asemeja a un marmolado, y es la mezcla de arcillas de varios colores que, una vez pasan por una plancha laminadora, que la estira como una pizza, produciendo dibujos insospechados y magníficos. De hecho, le encanta mostrar que la panadería y la alfarería tienen mucho en común en ese trabajo de la estirada de la “masa”. Y como el pan, una vez está la arcilla mezclada, moldea una pieza única, como único es ese dibujo impreso en el barro. Con la misma devoción trabaja el raku, otra técnica que necesita de un horno particular y con la cual realiza piezas esmaltadas y decorativas. También más pequeñas, acaso como una manera de entregarse al trabajo meticuloso e íntimo, recordando que el raku fue la técnica utilizada por los maestros japoneses para su ceremonia del té y cuyo ideograma, que traduce kangi, significa tranquilidad y felicidad, ambas, cualidades que Patricia honra al decir que le ha podido entregar su vida a la cerámica.

Artesanos de la ruta

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